viernes, 8 de julio de 2011

Registro Civil

Los peces naranjas abren las puertas de par en par. Pasan chapoteando los hipocampos, tomados de las manos.
De pronto un colectivo lleno de estrellas de mar retumba por el abismo. Las anemonas cierran los ojos y los oídos, hoy están muy sensibles. El colectivo deja una estela de arena dorada, y atrás pasan los peses espada aspirando rápidamente. Las tortugas juegan con los rallos del sol, que caen en picada desde arriba. Pata de palo trata de seguirlas pero tambalea y choca con un pulpo, que termina bañándolo de tinta.
Bajan los hipocampos lentamente por el abismo, tocan la pared fría y babosa, saben que tienen que seguirla hasta el final. Les dieron las indicaciones, pero se les perdió el papiro donde estaba escrita. No saben en qué bolsillo la pusieron.
Contrataron una guardia de bichos de luz, para alumbrarlos y no sentirse tan solos. Mientras alumbran pobremente los paso dudosos, cantan spirituals con voz de barítonos. Algunos desentonan, pero en aquel silencio retumbante, es bienvenido.
Al cabo de un par de horas, cansados y perdidos se sientan a comer cometas recostados sobre panzas de ballenas. Se miran, sin pronunciar palabra, fruncen el ceño a lo sumo. Al rato empacan las pocas cometas que quedaron. Y vuelven a marchar, seguidos por sus guardias lumínicos, que ahora cantan blues con voces de sopranos. Por lo visto esa oscuridad pegajosa les modifica el tono del canto.
Cuando ya los hipocampos están por volverse, ven como a cinco cuadras una potente luz celeste, entusiasmados saltan hacia los costados. Corren, luego reptan. Al llegar al lugar de la luz ven una concha marina enorme, sobre ella una hermosa mujer de cabellera rubia, larga y sedosa, que se le enreda alrededor de las curvas de la cola escamosa y tornasolada.
Los hipocampos se paran solemnemente frente a ella. De sus ojos caen perlas y nacares y cantan en si bemol: -Venimos a casarnos.
Todo queda en silencio. Los bichos de luz, con caras muy serias, van apagando lentamente sus colas. La luz celeste se hace más y más brillante y lo colorea todo. La mujer los mira muy fijamente, luego estira su larga cabellera y va enredando a los tímidos hipocampos lentamente con ella. Ellos luchan y se retuercen, pero el peso es tan grande que se cansan, y los cabellos se van retorciendo alrededor de sus brazos, piernas, cuellos. Finalmente la mujer recoge su cabellera y la bambolea, y dentro de ella se escucha el tintinear cientos y cientos de cuerpecitos de hipocampo. .

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